lunes, febrero 05, 2007

El último verso de tu nombre

...no vayáis a apartar a un ángel de vuestra puerta.

WILLIAM BLAKE


Nos perdemos en la sala de los pintores flamencos y al llegar a “El jardín de las delicias” me besa mientras todos observab el cuadro de El Bosco. Me llena la boca de tabaco y me gusta. “¿Sabes?” dice al despegar sus labios “Una vez vi al guitarrista de Metallica en el Reina Sofía. Llevaba sandalias” Su nombre es Sara y la conocí en un autobús nocturno hace dos días. Eran las cuatro de la mañana y en Cibeles todos queríamos ir a casa. Sara iba sentada a mi lado, dormida, y se le caían las gafas. Yo se las coloqué de nuevo en la nariz y ella se despertó. Así fue como empezó.

Ahora acaricia mi espalda por debajo de la camiseta y me empuja con la pelvis hacia el tríptico de “El Carro de Heno”. Sus manos dos arañitas juguetonas que me estrujan los omoplatos. “Me miró como diciendo ‘Sí, soy el guitarrista de Metallica; déjame en paz por favor’, y los dos nos volvimos hacia el cuadro que teníamos delante”. Sara se bajó del autobús unas paradas antes que la mía sin terminar de contarme el tema de la tesis en la que estaba trabajando. Cuando se abrieron las puertas dijo su número de teléfono y salió corriendo. Dos días después mientras colocaba los platos en el lavavajillas, en un impulso cogí el teléfono y la llamé para colgar de inmediato. Siempre me ha dado vergüenza llamar a las chicas que me gustan. Volví a mis cacharros cuando el teléfono sonó. “Al final no te conté el tema de mi tesis”. Cerré el lavavajillas apoyando el móvil en mi hombro sin decir palabra. “La verdad es que no es que esté trabajando mucho. Mañana mismo tengo una entrevista con mi tutor pero voy a ir al Prado a las once”.

Salimos del Museo porque quiero invitarla a comer y me lleva al VIPs. Mientras esperamos a que nos den una mesa lee el periódico por encima de sus gafas negras. Se las coloco, sonríe y me besa la nariz. Cuatro horas antes me pregunto qué estoy haciendo en el Museo del Prado. Está sentada en el césped fumando un cigarrillo. Me acerco y me observa haciendo visera con la mano. “¿Ya son las once?” Se levanta y entramos sonriendo como dos estúpidos. Cuatro horas después el camarero nos dice que ya tenemos mesa. Yo pido una ensalada. Sara no tiene hambre y pinchará de la mía un, “Mientras no la pidas con beicon”. Apenas la tocamos.

En el Prado no dedicaba a cada cuadro ni treinta segundos. Más de una vez la perdí de vista mientras correteaba entre las pinturas. “Cada vez que veamos una representación de San Jerónimo y la calavera gritamos, ¿vale?” Pensé que lo decía de broma. Casi no puedo abrir la puerta de mi casa porque está metiendo la lengua en mi oreja y acaricia mi pecho. Cuando ponemos un pie dentro intenta quitarme la camiseta y me muerde la espalda. Me doy la vuelta y acaricio su cara para besarla otra vez. Cierra los ojos y lanza la camiseta al sofá. “No estoy tan loca como parezco”. Le digo que lo sé y la levanto; ella atenaza mi cintura con sus piernas. Le digo que lo sé y la beso y la llevo hasta el dormitorio.

Me contó muchas cosas antes de quedarse dormida. Hablaba mirando al techo y yo dibujaba espirales con los dedos en sus pechos. Tocaba mi pelo sin dejar de contar sus historias. Al final cerró los ojos y se colocó de espaldas a mí. Recorrí su espalda con la mano derecha y acaricié su cadera. Me apreté suavemente contra ella sintiéndola completamente. Le besé la cabeza y me quedé profundamente dormido. Esta mañana ya no estaba. Al no sentirla a mi lado la he buscado en la cocina. Pensé que estaría desayunando o viendo la televisión. Pero no está. Saco los pantalones de debajo de la cama para coger el teléfono y miro lo que mi cabeza intenta negar desde el momento en que desperté: mi mano derecha ha desaparecido.

“En realidad me inventé lo de la ‘Arquitectura Funcional del Sistema Nervioso Central’ y toda la historia de la tesis” Ahora mismo no recuerdo si esto me lo dijo delante de “Las Hilanderas” o la noche en la vi desnuda por primera vez. “Me gustaste tanto que te quería impresionar”. El corte es limpio. No hay restos de violencia en el muñón. Ni cicatriz ni quemadura. Es como si hubiese nacido sin mano. Coloco el brazo frente a mí y la dibujo mentalmente. Ahora sólo hay aire y cinco dedos imaginarios. Ni siquiera duele. Me siento en el borde de la cama e intento averiguar qué ha pasado. Me ducho y desayuno. “Parecías el típico tío que se impresiona por cosas como esa. Y la palabra ‘Arquitectura’ siempre queda muy bien”. Antes de marcharme echo una mirada al cubo de la basura vacío.

Una semana después y no tengo noticias de Sara. El policía me hace entrar tras casi una hora esperando. Le cuento lo que ha ocurrido y me mira como si estuviese loco. “Por qué no va usted a un hospital”. ¿Qué pueden hacer en un hospital? Relleno el formulario de la denuncia completamente seguro de que en cuanto me vaya va a hacer una pelota con ella y se la va a lanzar a un compañero. Mientras le doy mis datos al agente recuerdo que lo que soñé la noche que pasé con Sara. Viajaba en el metro con una chica y los dos mirábamos por la ventana en silencio. Su cabeza apoyada en mi pecho. Un collar de cuentas rojas y blancas colgaba de mi cuello. Estábamos muertos y sonréiamos. Con la de sueños que he olvidado.

En el colegio al principio intenté ocultar el muñón. Camino por el pasillo. Nadie me pregunta nada. Miran la mutilación y continúan hablando de sus asuntos como si nunca la hubiesen visto. Entro en clase y los niños se callan. No me tienen demasiado respeto como profesor así que debe ser por el muñón. Borro la pizarra y les explico trigonometría. Como hoy no he tenido tiempo de preparar la clase repito la del día anterior. Nadie se da cuenta. Saco a un niño a la pizarra, creo que al mismo de ayer, para que resuelva un problema y veo la cara de Sara a través del ventanuco de la puerta. Me saluda agitando rápidamente la mano. Sin pensarlo hago que el niño se siente, les pongo un examen sorpresa de geometría y salgo de allí. “Te he comprado una cosa”, algo envuelto del tamaño de un joyero. “No lo habrás hasta mañana a las once” Nos vamos.

En el tren suena Vivaldi. Sara duerme tumbada en los dos asientos frente a mí. Me gustaría contarle mi sueño, pero sé que no le interesa. Desde que salimos de Atocha siento que me pica la mano derecha. Leí en algún lado lo del “miembro fantasma”, y aún ahora me sigue pareciendo una estupidez. Cuando sacaba los billetes Sara me ha dicho que cree que me quiere . “Siempre me ha parecido una tontería eso del amor a primera vista, pero...”. Supongo que le pasa lo mismo que a mí con mi miembro fantasma. Yo me di cuenta de que estaba enamorado de ella hasta la mañana en que desapareció. No le digo nada. Lo sabe perfectamente. Esta es la escena en que los dos amantes se dan cuenta de que todo sucede más allá de su voluntad. Esta es la escena en la que uno de los amantes escribe un poema.

Se acaba todo y empiezas tú
Ahógame con uno de tus dedos
Rápido, no me des tanto tiempo


Sara se despierta y me arranca el papel, que tengo apoyado en el muslo. Lo examina y me lo devuelve. “No entiendo tu letra”.

Esa noche contamos las estrellas. Es más fácil si se hace ente dos. Además casi no hay estrellas en el cielo. El día que estuvimos en el museo del Prado deseé en voz alta que no terminase nunca mientras. Sara se ataba sus zapatillas de espaldas a “La familia de Carlos IV”. Ahora se tumba y arranca un matojo. Son las once y veo alejarse el último tren hacia Madrid. Se desabrocha el pantalón sin incorporarse y me pide que me acerque. Todo bajo apenas cuatro estrellas.

Cuando amanece estoy solo, desnudo en medio de un trigal. El muñón ahora se ha desplazado hasta el hombro. Pasa un tren y, aún desnudo, saludo con mi brazo fantasma. Río, sin poder evitarlo. Caigo al suelo y me pongo a llorar. Sara ha dejado junto a mi ropa su regalo. Deben ser más de las once así que lo abro. Dentro de la caja no hay ningún collar de cuentas rojas y negras. Me vestiré y otro tren me llevará de nuevo a casa. El Sol es ahora la única estrella en el cielo, Sara.

Ha pasado un mes y no sé nada de ella. Fui a la comisaría para denunciar su desaparición y fui atendido por el mismo policía que no hizo comentario alguno sobre mi brazo amputado. Me dijo que harían todo lo posible y me marché. Seguro que no esperó a que saliese para hacer una pelota con la denuncia. También fui despedido en el colegio. Aún no sé si es porque estuve dos semanas sin dar señales de vida o porque simplemente no querían un profesor manco. Supongo que es por lo primero. He ido al Prado todos los días a las once y no la he visto. A veces me pregunto si realmente ha pasado un mes o han sido sólo tres días. ¿Te puedes enamorar de una persona en tres días? ¿Te puedes enamorar en un millón de años? Me pica el brazo, Sara. Ven. Pondremos el lavavajillas juntos. La casa apesta por culpa de esos platos sucios que coloqué el día que me llamaste por teléfono. Ven. Ven. No puedo dormir sin ti a mi lado. Quiero que me despiertes cuando te levantes a hacer pis. Quiero ver tu silueta contra el televisor. Me haré el dormido y esperaré a que regreses a la cama. Ven. No puedo dormir. Sé que vas a venir tarde o temprano. El brazo me pica, Sara. Sara. Ven. Terminaré la poesía que te escribí con la mano derecha y viajaremos juntos en el Metro. Ven.

3 Comments:

Blogger -merrick- said...

(esto tiene un año o así...

Canibalismo Chandleriano)

febrero 05, 2007 8:42 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

glups

febrero 05, 2007 8:52 p. m.  
Blogger -merrick- said...

Más que canibalismo ha sido meterle un poco la tijera. De hecho seguiré haciéndolo.

Pásate por aquí dentro de una semana y el cuento será algo así como

"Pues vaya."

febrero 05, 2007 8:56 p. m.  

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