Ciclo ininterrumpido de películas de samurais (III)
"Los Siete Samuráis"
Recuerdo que la primera vez que vi “Los Siete Samuráis” de Akira Kurosawa me aburrí bastante con ella. Claro que eso fue en “Qué grande es el cine”, lo que significa que una película ya de por sí larga (tres horas y media) te tendría hasta casi las cuatro de la madrugada gracias a la publicidad. Tampoco entendí el personaje de Kikuchiyo, interpretado por Toshiro Mifune, (quizá esperaba algo más cercano al “Yojimbo” que haría años después). Sin embargo ahora me encanta el samurai saltimbanqui y gritón del actor. Aunque Mifune tenía cara de lobo en “Los Siente Samuráis” parece un mono. En un principio iba a interpretar a Kyuzo, el experto y silencioso espadachín. Pero Kurosawa pensaba que seis personajes serios (al principio era seis los samuráis) eran demasiado y le dio a Mifune plena libertad para crear a Kikuchiyo. Su personaje se acaba convirtiendo en el más querido en una película en la que no sobra nada. Porque, volviendo a lo del principio, en este segundo visionado se me hizo amena, divertida y muy emocionante escena a escena: la primera aparición del líder de los samuráis (genialmente interpretado por Takashi Shimura), la caída de Heihachi (“quien nos hará reír ahora”), el origen social de Kikuchiyo, el sacrificio de las tres chozas, la divertida instrucción de los campesinos.
Cualquier parecido con el cine de samuráis que se hacía en la época (teatral y nacionalista) es… imposible. Kurosawa y sus colaboradores se encerraron en una pensión para terminar el guión en el que se contemplaba todo desde la forma de andar de cada uno de los samuráis hasta la personalidad de todos los campesinos. A nivel técnico es insuperable y la batalla final bajo una lluvia intensa es de lo más hermoso que puede ver uno en una pantalla.
Mucho más allá del exotismo (?) Kurosawa no deja de sorprenderme película a película.
Recuerdo que la primera vez que vi “Los Siete Samuráis” de Akira Kurosawa me aburrí bastante con ella. Claro que eso fue en “Qué grande es el cine”, lo que significa que una película ya de por sí larga (tres horas y media) te tendría hasta casi las cuatro de la madrugada gracias a la publicidad. Tampoco entendí el personaje de Kikuchiyo, interpretado por Toshiro Mifune, (quizá esperaba algo más cercano al “Yojimbo” que haría años después). Sin embargo ahora me encanta el samurai saltimbanqui y gritón del actor. Aunque Mifune tenía cara de lobo en “Los Siente Samuráis” parece un mono. En un principio iba a interpretar a Kyuzo, el experto y silencioso espadachín. Pero Kurosawa pensaba que seis personajes serios (al principio era seis los samuráis) eran demasiado y le dio a Mifune plena libertad para crear a Kikuchiyo. Su personaje se acaba convirtiendo en el más querido en una película en la que no sobra nada. Porque, volviendo a lo del principio, en este segundo visionado se me hizo amena, divertida y muy emocionante escena a escena: la primera aparición del líder de los samuráis (genialmente interpretado por Takashi Shimura), la caída de Heihachi (“quien nos hará reír ahora”), el origen social de Kikuchiyo, el sacrificio de las tres chozas, la divertida instrucción de los campesinos.
Cualquier parecido con el cine de samuráis que se hacía en la época (teatral y nacionalista) es… imposible. Kurosawa y sus colaboradores se encerraron en una pensión para terminar el guión en el que se contemplaba todo desde la forma de andar de cada uno de los samuráis hasta la personalidad de todos los campesinos. A nivel técnico es insuperable y la batalla final bajo una lluvia intensa es de lo más hermoso que puede ver uno en una pantalla.
Mucho más allá del exotismo (?) Kurosawa no deja de sorprenderme película a película.